14 enero 2017

Cuestión de causalidad



No voy a negar que la sucesión de acontecimiento que han acaecido los últimos meses ha sido uno de esos mazazos que te da la vida para mandarte, directamente, a tomar por culo. Tampoco voy a negar que, a pesar de todo, puedo considerarme una persona afortunada, por lo que represento y por todo lo que me rodea. Es más, si digo que soy una persona feliz, incluso estando en la situación que estoy (estamos), no voy muy desencaminado.

Igual es porque estoy madurando, igual es porque, a raíz de estos acontecimientos, he conseguido encontrar la luz en los lugares más oscuros mucho más fácilmente. Y, qué cojones, si no hay luz, ahora soy incluso capaz de crearla. Porque la vida te da y te quita, pero cuando te quita (o lo intenta) es cuando más y mejor aprendes, porque si esto depende de ver quién es más fuerte, oh amiga, no vas a ser tú la que se lleve el premio, ni siquiera si ganas, porque siempre vendrá otro a cambiar las tornas y a quitarte tu ansiado trofeo.

¿Sabéis? Los meses de Septiembre y Octubre han sido, sin lugar a dudas, los peores de mi vida. Pero esos dos meses, dentro de una vida de 28 años, han sido los meses que más me han enseñado dentro del compendio que la resume. Más que enseñarme, han hecho que me dé cuenta de cosas que ya sabía pero que igual no necesitaba o no quería reconocer. He aprendido a valorar lo que de verdad importa y a ver las cosas desde la perspectiva correcta, no desde la que me conviene. Y esto es un filón.

También me he dado cuenta de que he aprendido a ver lo bueno de las personas, mucho más que antes, consecuencia de haber aprendido a verlo en mí mismo cuando las cosas han venido mal dadas. He aprendido a prestar atención a lo que realmente merece mi atención y dejarme de gilipolleces con banalidades (aquí incluyo también a personas concretas, un beso para vosotros, que aun sabiendo cómo estaban las cosas no habéis tenido los santos cojones de llamarme o escribirme). Pero vamos a dejar lo malo a un lado, porque al final son ecos que se apagan y a los que no merece la pena escuchar. 

Igual estas palabras que escribo denotan cierta prepotencia. Igual simplemente es que desprendo confianza y no tengo otra manera de expresarlo. Igual es que soy un gilipollas que se vale de las palabras para hacer una exquisita tautología digna de profesores de literatura venidos a menos que buscan refugio en las palabras para no hacer frente a su incompetencia y ambición desmedida (esto es otra historia, igual un día os la cuento). Simplemente me gusta sentarme a escribir y contar lo que siento y cómo me siento. Una vez Pablo Picasso dijo: “El arte es una mentira que nos hace darnos cuenta de la realidad”, y yo siempre he dicho que, desde mi punto de vista, esta frase significa que lo que escribimos, pintamos, esculpimos; lo que creamos, es una verdad escondida en algo intangible. La verdad del creador, lo que el creador quiere expresar con su obra, no lo que nosotros queramos interpretar de ella. Por eso, probablemente, lo que yo escribo tiene un impacto diferente en vosotros que el impacto que me hizo a mí plasmarlo aquí.

Al fin y al cabo, es todo cuestión de interpretación, del punto de vista de cada uno, del camino que te ha traído hasta aquí.