No voy a negar que la sucesión de acontecimiento que han
acaecido los últimos meses ha sido uno de esos mazazos que te da la vida para
mandarte, directamente, a tomar por culo. Tampoco voy a negar que, a pesar de
todo, puedo considerarme una persona afortunada, por lo que represento y por
todo lo que me rodea. Es más, si digo que soy una persona feliz, incluso
estando en la situación que estoy (estamos), no voy muy desencaminado.
Igual es porque estoy madurando, igual es porque, a raíz de
estos acontecimientos, he conseguido encontrar la luz en los lugares más
oscuros mucho más fácilmente. Y, qué cojones, si no hay luz, ahora soy incluso
capaz de crearla. Porque la vida te da y te quita, pero cuando te quita (o lo
intenta) es cuando más y mejor aprendes, porque si esto depende de ver quién es
más fuerte, oh amiga, no vas a ser tú la que se lleve el premio, ni siquiera si
ganas, porque siempre vendrá otro a cambiar las tornas y a quitarte tu ansiado
trofeo.
¿Sabéis? Los meses de Septiembre y Octubre han sido, sin
lugar a dudas, los peores de mi vida. Pero esos dos meses, dentro de una vida
de 28 años, han sido los meses que más me han enseñado dentro del compendio que la
resume. Más que enseñarme, han hecho que me dé cuenta de cosas que ya
sabía pero que igual no necesitaba o no quería reconocer. He aprendido a
valorar lo que de verdad importa y a ver las cosas desde la perspectiva
correcta, no desde la que me conviene. Y esto es un filón.
También me he dado cuenta de que he aprendido a ver lo bueno
de las personas, mucho más que antes, consecuencia de haber aprendido a verlo
en mí mismo cuando las cosas han venido mal dadas. He aprendido a prestar
atención a lo que realmente merece mi atención y dejarme de gilipolleces con
banalidades (aquí incluyo también a personas concretas, un beso para vosotros,
que aun sabiendo cómo estaban las cosas no habéis tenido los santos cojones de
llamarme o escribirme). Pero vamos a dejar lo malo a un lado, porque al final
son ecos que se apagan y a los que no merece la pena escuchar.
Igual estas palabras que escribo denotan cierta prepotencia.
Igual simplemente es que desprendo confianza y no tengo otra manera de expresarlo.
Igual es que soy un gilipollas que se vale de las palabras para
hacer una exquisita tautología digna de profesores de literatura venidos a
menos que buscan refugio en las palabras para no hacer frente a su
incompetencia y ambición desmedida (esto es otra historia, igual un día os la
cuento). Simplemente me gusta sentarme a escribir y contar lo que siento y cómo
me siento. Una vez Pablo Picasso dijo: “El arte es una mentira que nos hace
darnos cuenta de la realidad”, y yo siempre he dicho que, desde mi punto de
vista, esta frase significa que lo que escribimos, pintamos, esculpimos; lo que
creamos, es una verdad escondida en algo intangible. La verdad del creador, lo
que el creador quiere expresar con su obra, no lo que nosotros queramos
interpretar de ella. Por eso, probablemente, lo que yo escribo tiene un impacto
diferente en vosotros que el impacto que me hizo a mí plasmarlo aquí.
Al fin y al cabo, es todo cuestión de interpretación, del punto de vista de cada uno, del camino que te ha traído hasta aquí.