Coge euforia, miedo, rabia, dolor, ansiedad, indiferencia,
ganas y desgana, fantasías, proyectos de construir y destruir, velocidad y
pausa; coge frío y calor y haz con ellos una mezcla perfecta, pero inestable. Intenta
juntar el hielo con el fuego y al final acabarás con humo, humo y ceniza.
Cava un agujero que te cubra hasta las rodillas, y sales. O
lo intentas. Pero no puedes, o no sabes, o no quieres. Y resulta que el agujero
tiene tres metros de profundidad, pero no los tiene, porque te cubre hasta los
tobillos.
Construye una escalera que te permita ver por encima del
bosque y descubre dónde quieres llegar. Pero no ves el bosque porque lo único
que ves son árboles. Y la escalera tiene escalones infinitos, pero solamente
tiene uno.
Acércate al borde del acantilado y salta al mar. Puedes
bucear, puedes nadar, puedes trepar la pared y volver a saltar al mar, pero es
un charco. Es un charco que se ha formado en el agujero que habías cavado.
Mira a tu alrededor y decide. Te das cuenta de que no eres
el único allí. Hay más como tú, con sus mares y con sus bosques. Pero son agujeros.
Son huecos. ¿Eres hueco?
No hay agujeros, no hay escaleras. Pero hay un hueco. Pero
estás hueco. Y el charco ya no está, pero ahora hay nubes. Y tormenta. Llueve y
graniza. Cae un rayo. Y arde un árbol. Y el hielo cae sobre el fuego y te queda
humo y ceniza. Y agua. Y barro.
Coge desesperación, alegría, amor, arrepentimiento; coge las
riendas o deja que sea salvaje. Llena el hueco, llena tu hueco. Hasta que desaparezcas. Pero, en realidad, hasta que seas
infinito.