08 julio 2021

Usurpador

Quiero, y lo intento, pero a veces me resulta imposible plasmar unas palabras que representen la infinitésima parte de lo que quiero expresar. Porque no es que la inspiración tenga que llegar, o que necesite una predisposición a la escritura, ni siquiera es que la idea aparezca y 'pum'... Es que necesito que una mano entre en mi cabeza, agarre y tire con fuerza de esa maraña de ideas y pensamientos que mi ser es capaz crear y acumular, como si no conociese más que el síndrome de Diógenes. Y es que, muchas veces, es como me siento, como un ser rodeado de inmundicia y basura etérea y volátil; y qué bonito sería poder vomitar chorros de tinta cada vez que necesitase vaciar mi cabeza, o abrir la válvula y dejar escapar la presión que yo mismo acabo acumulando en una olla que lleva en el fuego el mismo tiempo que yo llevo despierto. Y más.

Porque ya no es que ese poso me atormente de día. Es que no me deja dormir por las noches. Y me contamina. La ponzoña, la herrumbre y la oscuridad se dan la mano con la esperanza, la ilusión y el olor a hierba mojada. A gasolina. A aire puro. El barro, la mugre y la sangre se entrelazan con el crepitar del fuego, el correr del río y las hojas del otoño chocando contra el suelo. Un alarido, el dolor punzante, un chispazo de pura energía nuclear que me hace tambalear. El horror y la pesadilla se encuentran follando con el amor y el éxtasis por un mañana diferente. No mejor, solo diferente. Es sucio, vulgar, húmedo; es cálido, condescendiente y cercano.

Es el olor a eucalipto y a madera de pino. Un bosque. Pero ya no es mi mente, ni mi cerebro, ni mi ser. Es algo que trasciende y evoca y provoca. PROVOCA. Es poderoso y yo soy débil. La muda de una serpiente que se convierte en polvo con el paso del tiempo. Y yo vivo ahí. Yo vivo en mí. Y muero en ti, que lees esto y no entiendes, pero comprendes. Sientes. Ves. Vives.