21 diciembre 2014

Decisiones [1]

Qué difícil es darse cuenta de que, lo más probable, es que casi todas las decisiones que has tomado en tu vida han sido decisiones equivocadas. Más difícil todavía es admitirlo, y ahí es donde estamos ahora.

He llegado al convencimiento de que me arrepiento de más cosas de las que me siento orgulloso, por lo menos en este punto de mi vida, y que los pasos que he dado para llegar aquí han sido casi todo para volver al principio; o ni siquiera, porque creo que, directamente, no he salido del punto de partida.
Tengo unas carencias bastante fuertes respecto a la confianza que tengo en mí mismo, y eso está llevándome a tener la autoestima por los suelos. He dejado de confiar en muchas personas en las que antes confiaba casi plenamente porque poco a poco me he ido dando cuenta de que ni ellos me aportan nada a mí ni yo les puedo aportar nada a ellos. No es una cosa que haya pasado de repente, viene de lejos. Obviamente, sigo creyendo y pensando que quedan otras personas que van a seguir ahí mucho tiempo (o eso espero) y a las que puedo aportar algo, por poco que sea.

Lo cierto es que he perdido el rumbo, falto de motivación y deseoso de encontrar algo que me mueva por dentro y quiera hacerme tener algo de iniciativa y ganas de volver a disfrutar de lo que me rodea. En momentos puntuales lo consigo, convencido de que se va a quedar ahí para siempre, pero pasado un tiempo me doy cuenta de que, quizás, la próxima vez sea la definitiva, porque esa última vez no lo había sido. Imagino que es la manera en la que intento pensar que, tarde o temprano, voy a encontrar eso que me de un impulso de tal manera que mi vida cambie radicalmente, que consiga mis metas (de las cuales ahora mismo no estoy muy seguro) y que me provoque tal explosión de emociones que necesite gritar hasta que desaparezca el ruido.

La cosa es que los cimientos de mi existencia se tambalean con la mínima brisa y que no veo, a priori, una manera de reforzarlos. No queda nada alrededor, ni agua ni tierra para convertir en barro y ayudar a que se sostengan; no hay árboles de los que sacar ramas para apuntalarlos; no queda nada más que hojas y la brisa que las mueve, hojas que vienen de lejos empujadas por el susurro de un viento que arrastra nubes de tormenta, nubes que descargan rayos y truenos sobre la atmósfera en la que me encuentro.
A veces, unos rayos de sol se cuelan entre esas masas densas, recordándome que hay una salida y que puedo encontrar el camino, pero son momentos breves, momentos cuyo valor es inmenso teniendo en cuenta la celeridad con la que pasan y la brevedad que se mantienen. Son manifestaciones de un futuro prometedor que se quedan en irrisorias mediocridades alimentadas por el orgullo de no querer admitir mis errores a tiempo, errores que traen consigo tempestades de momentos abrumadores los cuales son un flaco favor a la integridad de un individuo que siempre se ha guiado por las sensaciones antes que por la razón.

Admito que para cualquiera que lea estas palabras la primera idea que le venga a la cabeza sea la de pensar que tengo algún tipo de trastorno o que prefiere mantenerse alejado de mí porque si se acerca nada bueno puede suceder. En realidad ninguna de las dos es una idea acertada. Puede ser válida, como cualquier otra, pero no es acertada.
No quiero dar pena, no quiero que sintais lástima por mí o por las circunstancias que me rodean y no quiero condolencias. Me gusta sentir el cariño de la gente sin pedirlo porque sepan que lo necesito, me gusta que la gente se preocupe por mí sin necesidad de hacerlo por compromiso; porque es muy fácil tenerme ahí para lo que sea, sabiendo que yo siempre voy a estar si lo necesitais, pero si yo os necesito o lo hacéis por compromiso o directamente no lo hacéis. Os gustan las palabras vacías y los actos interesados, pero en el momento en el que podéis hacer algo desinteresadamente o como favor se os caen los anillos como si fuesen muy grandes para llevarlos puestos.
Me gusta rodearme de gente a la que no le importe ayudar a los demás cuando lo necesitan, gente buena y eso voy a hacer a partir de ahora, porque me gusta pensar que yo soy de ese tipo de personas para con la gente que quiero y me importa.

19 diciembre 2014

Diciembre

Diciembre...
Diciembre es un mes que, para mí, siempre ha sido un mes bonito, de celebración. Un mes en el que estar más con la familia y compartir momentos de alegría, júbilo y entretenimiento.
Diciembre es el mes de la felicidad, el mes de la Navidad, el mes en el que todo parece que siempre es bueno y en el que nada puede salir mal. Hasta el año pasado, Diciembre significaba eso para mí.

Ahora Diciembre es un mes diferente, un mes con altibajos, en el que los días pasan o muy deprisa o muy despacio y en el que lo más difícil de todo es pensar que falta algo, algo que se fue el pasado 26 de Diciembre y que nunca va a volver. Muchos no entenderéis que me pueda sentir así o pensaréis que exagero si llego a hablar de pesadumbre o verdadero dolor, pero perder lo más importante que has tenido en tu vida puede ser un lastre hasta que exhalas la última bocanada de aire.

Por otra parte, los que me conocéis entendéis de lo que estoy hablando y sabéis que ha sido lo más duro y difícil a lo que me he enfrentado en toda mi vida.

Brandy era mi perro, un perro que llegó a casa con poco más de un mes y medio de vida y que se fue con doce años y un mucho, dejando preciosos recuerdos y bonitas experiencias en mi (nuestra) memoria. Yo siempre decía que no era mi perro, que no era mi mascota, que era mi hermano (esto a mi madre nunca le hizo gracia, por la parte que le tocaba).
Nunca tuvo un mal gesto, nunca un atisbo de agresividad, al contrario; llegó a tal punto de empatía que conocía el sonido que emitía el motor de mi coche y, antes de llegar a la altura de mi casa, le podías escuchar ladrando, sabiendo que llegaba.

Llegamos a crear un vínculo muy fuerte, y es un vínculo que, incluso ahora, sabiendo que él ya no está, me gusta pensar que sigue existiendo en un plano más allá de cualquier explicación racional.

Muchas veces me encuentro a mí mismo esperando que salte encima de mí cuando entro por la puerta de casa, o cerrando la misma rápido para que no se escape (era su único defecto, le encantaba correr y si se encontraba una puerta abierta no se lo pensaba dos veces); otras veces, simplemente, me doy cuenta del silencio, un silencio que pesa como una losa cuando te das cuenta de que, los últimos doce años, ese silencio lo rompía un aullido, a veces cientos de ellos si se ponía pesado y había visto a algún otro perro pasando por la calle.

Por eso, y por primera vez este año, me he dado cuenta de que Diciembre tiene un sabor agridulce que va a permanecer ahí durante muchos años. Sé, y entiendo, que hay que quedarse con lo bonito de las historias y que la tristeza lo único que hace es corromperlas (quizás exagero, más bien hacer que sean menos disfrutables), pero todos los que hemos perdido a alguien importante sabemos que es parte de la rehabilitación y que, probablemente, eso nos haga más fuertes y nos evite una recaída.
No obstante, quiero pensar que las lágrimas que puedan emanar de mis ojos son lágrimas de felicidad, no de pena, porque no todos los dolores son dolores malos y no todos tienen como fin el caer en una espiral de tristeza.

Esta vez estoy escribiendo sin mucho orden, un poco sobre la marcha; aunque, os voy a ser sincero, llevo intentando terminar de escribir esto unos cuantos días y no he sido capaz de concluir esta entrada hasta hoy. Ya sabéis que no me gusta forzarme a escribir porque cuando me fuerzo las cosas no fluyen y acaba divagando sobre cosas que nada tienen que ver con lo que realmente quiero decir.

En fin, que lo de hoy no son palabras bonitas, pero tampoco son palabras feas. Son, una vez más, palabras que para mí son una manera de intentar expresar algo de lo que pueda estar rondando por una cabeza llena de pájaros, sin rumbo, que se guía más por intuición que por razón, y que, como muchas otras veces, se equivoca.

No quiero acabar la entrada sin mandar un abrazo muy muy fuerte a los que os interesa lo que escribo, por muy redundante o excéntrico que sea, en especial a una persona que se que lo lee todo (o casi) y que me anima a seguir haciendo estas cosas y siempre me pregunta cuándo escribo la siguiente, y a los que, de una manera u otra, apoyáis mis reflexiones.

Y para ti, Brandy, estés donde estés, ya sabes, el hueco que tienes en mi alma, en mi pensamiento, en mi vida va a seguir ahí siempre, perfectamente resguardado de cualquier agente externo, porque para mí lo has sido todo, aunque nunca cruzásemos ni una sola palabra, porque una mirada basta y una caricia lo dice todo.